Comentario de Xinhua: “Semana Anti-China” expone la debilidad de EE. UU. en abordar sus propios problemas
Por Lu Jiafei y Xie Binbin BEIJING, 17 sep (Xinhua) — En muchas partes del mundo la “Semana de China” se refiere a menudo a eventos de intercambios culturales, pero en Estados Unidos es perceptible un giro en el tono, ya que el término fue tomado prestado por los medios de comunicación estadounidenses para describir una semana de histeria legislativa contra China organizada por los políticos en el capitolio. La semana pasada la Cámara de Representantes, controlada por los republicanos, introdujo más de 20 proyectos de ley dirigidos directa o indirectamente contra Beijing, mostrando por parte de los políticos estadounidenses una obsesión cada vez más tóxica con “parecer duros con China”. Washington está dividiendo su personalidad entre un grupo de políticos que hablan de evitar una nueva guerra fría e instando a China a no malinterpretar la política de Washington hacia Beijing, mientras que otro grupo está produciendo una legislación contraria al país asiático. Semejante hipocresía plantea la pregunta de ¿cómo puede Washington esperar estabilizar las relaciones cuando su cuerpo legislativo se concentra en desmantelar los lazos? Los medios de comunicación estadounidenses han señalado que la ofensiva legislativa no se trata tanto de una previsión estratégica, sino más bien de una postura preelectoral. Con las elecciones de 2024 en el horizonte, los legisladores de Washington están luchando para competir por el centro de atención y demostrar su postura de línea dura sobre China, como si ser “duro con China” fuera una panacea para ganar votos. En particular, una propuesta apunta a los institutos Confucio, a pesar de que casi han desaparecido de los campus estadounidenses. Otra apunta a revivir la controvertida Iniciativa sobre China de la era de Trump, un programa denunciado como una “cacería de brujas” contra académicos asiáticos. La gente ha notado que muchos de los proyectos de ley presentados la semana pasada tienen pocas posibilidades de ser aprobados. La Casa Blanca ya ha señalado su oposición a revivir la Iniciativa sobre China, y como al Congreso se le acaba el tiempo la mayoría de estas propuestas caerán en el olvido. Pero para ciertos políticos estadounidenses, el simple acto de introducir una legislación anti-China es una victoria en sí misma, una manera de demostrar que están “haciendo algo” sobre China, incluso si ese “algo” equivale a poco más que retórica inflamatoria y tóxica. En su estrategia de dos pasos para mostrar un “liderazgo responsable” y ganar elecciones, el primero es confundir al público con el mensaje de que China es una amenaza importante para Estados Unidos, y el segundo es culpar a Beijing de todos los problemas que afectan al país. Esta “guerra de percepción” se ha convertido en una herramienta para que los políticos estadounidenses obtengan apoyo, jueguen con los sentimientos nacionalistas y exploten el miedo público. Este alarmismo calculado se ha vuelto especialmente agudo durante los años electorales. Al tomar a otros como chivos expiatorios, los políticos estadounidenses desvían la frustración pública de los apremiantes problemas internos como el aumento de la desigualdad de ingresos y el desplome de la infraestructura. Después de todo, señalar a un país extranjero por “robar” empleos estadounidenses o participar en un comercio injusto es políticamente conveniente y mucho más fácil que tomar las difíciles decisiones necesarias para abordar los desafíos sistémicos de Estados Unidos. Sin embargo, su fijación en enfrentar a China no sólo es contraproducente sino también un mal servicio al pueblo estadounidense y jugará en contra de los líderes de Washington cuando se trate de políticas serias. En esta era de globalización, China y Estados Unidos están profundamente entrelazados, en particular en los sectores económico y comercial, pero hablar mal de China no ayudará a resolver los problemas de Estados Unidos. Por el contrario, el desacoplamiento paralizará a las industrias, hará subir los precios para los consumidores estadounidenses y debilitará la ventaja competitiva de Estados Unidos en materia de innovación; la escasez de semiconductores, la interrupción de las cadenas de suministro y las presiones inflacionarias son sólo un atisbo de lo que traería consigo el desacople. Por otra parte, el aislamiento del mercado estadounidense respecto a los vehículos eléctricos de China no va a ayudar con la transición verde en Estados Unidos. La política de Washington sobre China, guiada por una doctrina contradictoria y un anticuado ego de superpotencia, avanza a toda velocidad en la dirección equivocada, refleja un profundo malentendido de la naturaleza interconectada de los vínculos bilaterales más importantes del mundo y, en última instancia, podría hacer perder una oportunidad de oro para la cooperación que beneficia a ambas naciones y al mundo en general. Fin