Comentario de Xinhua: ¿Por qué Occidente difunde el miedo al auge manufacturero de China?
3 meses ago
Vimag
Nota de editor: “Vertir el exceso de capacidad en los mercados globales”, “el tiempo basura de la historia”, “el malestar económico engorda a la gente”… Un montón de conceptos recién acuñados u observaciones poco convencionales sobre la segunda economía más grande del mundo se han difundido ampliamente, provocando miedo, confusión y pesimismo. ¿Son lógicamente sólidas, bien fundadas y verdaderamente predictivas del futuro, o simplemente una exageración excesiva basada en una percepción errónea o incluso en un menosprecio deliberado por prejuicios profundamente arraigados? Esta semana, Xinhua está publicando una serie de tres comentarios económicos al respecto, y el siguiente es el primer artículo. BEIJING, 4 oct (Xinhua) — No es ningún secreto que el comercio mundial se nutre de los excedentes resultantes de la producción de los países por encima de la demanda interna y, sin embargo, el término “exceso de capacidad” se ha conjurado últimamente como una desagradable alternativa a “excedente”, para ayudar a alimentar una narrativa de miedo difundida por algunos en Occidente en relación con el poder manufacturero de China. Este temor se ha utilizado para justificar diversas acciones proteccionistas, como las recientes subidas de aranceles estadounidenses a algunas importaciones chinas, el llamamiento de Janet Yellen en el G7 para contrarrestar las exportaciones chinas y el impulso de la Comisión Europea a la controvertida investigación antisubvenciones sobre los vehículos eléctricos chinos. Esta narrativa, que intenta hacer ver la capacidad manufacturera de China como un riesgo mundial, es una variante de la retórica de la “amenaza china”, con su semilla tóxica germinando en el caldo de cultivo de la ansiedad, o probablemente el miedo, de Occidente debido al auge manufacturero de China. De base manufacturera de bajo coste a mayor potencia manufacturera del mundo y líder emergente en industrias avanzadas e innovación, el rápido ascenso de China ha inquietado a algunas naciones occidentales, que perciben al país asiático como un desafío intolerable a su dominio industrial y comercial. Responder con tanta aprensión a las proezas manufactureras de China huele a hipocresía y también ignora aspectos económicos básicos. La capacidad de producción de China no era vista como un problema en la época en que muchas empresas occidentales aprovechaban la capacidad de producción de bajo coste de los fabricantes de equipos originales (OEM) del país asiático. Tampoco fue un problema cuando la superioridad occidental se vio subrayada por el hecho de que China tuviera que vender mil millones de pares de calcetines para comprar un avión Boeing, ni cuando la capacidad de producción de piezas de repuesto de China ayudó a impulsar las ventas mundiales de productos de alto valor añadido como los iPhones de Apple. Ahora, sin embargo, muchos occidentales miran con ojos críticos el motor manufacturero chino, sobre todo en el sector de los vehículos eléctricos, donde Occidente ha perdido gran parte de su dominio. El año pasado, el sector chino de los vehículos eléctricos exportó aproximadamente el 12,5 por ciento de su producción. Considerar tal cifra como un posible “shock de suministro” es claramente una falacia y crea una fuerte sospecha de doble rasero por parte de Occidente. Según esta lógica, Estados Unidos, que vende cerca del 80 por ciento de sus chips en el extranjero, y Alemania, que exporta cerca del 80 por ciento de sus coches, por ejemplo, estarían provocando “terremotos de suministro”. La realidad es que el sector de los vehículos eléctricos de China no ofrece un shock, sino una oportunidad de la que el mundo, incluido Occidente, puede beneficiarse enormemente, ya que supondrá un enorme impulso en la batalla mundial contra el cambio climático. En el fondo, la reacción de Occidente se debe a la desesperación de los políticos, deseosos de desviar la atención pública hacia un enemigo externo imaginario, en un intento de ocultar su incompetencia a la hora de abordar sus espinosos y arraigados retos internos. Estos políticos en apuros también buscan aliados en su intento de engañar al mundo con una narrativa hipócrita, que esperan que les facilite la justificación de sus barreras arancelarias y no arancelarias. He aquí una amarga lección de los años treinta, cuando Estados Unidos promulgó la Ley Arancelaria Smoot-Hawley para proteger sus industrias, solo para acabar desencadenando una guerra arancelaria y arrastrando a la economía mundial a una recesión aún más profunda. Este fantasma del pasado podría volver a atormentarnos desviando la trayectoria actual de la recuperación económica mundial, a menos que se haga un serio examen de realidad, para ver claramente qué es lo que realmente beneficia al mundo, especialmente a la gran mayoría de los países en desarrollo. China es solo uno de los muchos países en desarrollo deseosos de lograr la modernización y perseguir la actualización tecnológica. Con algunos países en vías de desarrollo aún en fases incipientes de desarrollo industrial, los productos y tecnologías chinos están lejos de ser amenazas, sino catalizadores vitales para sus mejoras de consumo y despegues industriales. No hay razón para que Occidente extienda su ansiedad a estos países, ni para presionarlos con el fin de que tomen partido mediante la coerción diplomática y económica. Un vínculo más estrecho nunca surge de una relación de garrote y zanahoria, sino que fluye de un comercio en pie de igualdad, impulsado por la demanda del mercado y las ventajas comparativas. Al exportar la mayor cuota mundial de bienes intermedios durante 12 años consecutivos, como células para la producción de baterías de litio y tiras de cobre estañado para paneles fotovoltaicos, China ha visto cómo su capacidad de producción se integra estrechamente con el resto del mundo, dando un impulso significativo a la fabricación en el Sudeste Asiático, Oriente Medio, América Latina y, en particular, en los países participantes en la Iniciativa de la Franja y la Ruta. Quienes se empeñan en demonizar la industria manufacturera china y en amplificar las narrativas de confrontación comercial, han pasado por alto el hecho crucial de que la capacidad manufacturera de China se ha convertido en un activo para los mercados mundiales, ya que se han añadido puestos de trabajo y se ha acelerado la transferencia tecnológica gracias al desarrollo del país. Otro cálculo de los temerosos occidentales podría ser la suposición de que, manipulando la opinión mundial, pueden obligar a China a cambiar su rumbo de desarrollo, o al menos impedir su sólido crecimiento en términos de innovación y economía. Sin embargo, China tiene todo el derecho de perseguir el avance industrial, que de hecho es una estrategia básica del país en su búsqueda de la modernización a través de un desarrollo de alta calidad. Además, el desarrollo de China siempre se ha basado en perseguir lo que beneficia al mundo entero. Tras realizar tenaces esfuerzos para fomentar la producción ecológica mediante la competencia abierta y la planificación industrial a largo plazo, China ha asumido un papel de liderazgo en el desarrollo de la descarbonización y las tecnologías ecológicas, superando con creces en el proceso a la mayor parte del mundo. Dado que la oferta mundial de nuevos productos energéticos está muy por debajo de la demanda global necesaria para cumplir los objetivos de respuesta climática, no cabe esperar que China ponga irresponsablemente al ralentí su motor de transición verde, solo para apaciguar a algunos críticos occidentales. Irónicamente, Occidente está copiando en mayor o menor medida la estrategia de desarrollo y las políticas industriales de China, como reflejan la Ley de Reducción de la Inflación de Estados Unidos y la Ley de Chips europea, aunque sigue sin estar claro hasta qué punto serán eficaces sus políticas cuando se pongan en práctica. Una característica destacable de la evolución de las políticas industriales chinas es su apertura y la práctica de la no discriminación. Sin embargo, algunos políticos occidentales, con objetivos geopolíticos estrechos, siguen pregonando el “desacoplamiento” y la “reducción de riesgos”, a pesar de que está sobradamente demostrado que no existen tales riesgos. Cuando la versión 2024 de la lista negativa de acceso a la inversión extranjera entre en vigor el 1 de noviembre, el sector manufacturero chino estará totalmente abierto a los inversores extranjeros. Esta medida podría significar una competencia más feroz. Pero el proteccionismo, una política que la historia ha demostrado que es venenosa, nunca ha sido una opción para China. Si algunos actores occidentales insisten en aprovechar los temores para impulsar las fortunas industriales y nacionales, es muy posible que acaben en el lado equivocado de la historia. Las lecciones del pasado sugieren claramente que fomentar una competencia abierta y leal es una opción más sabia y viable. Fin